jueves, 20 de abril de 2023

Cuento 3


 La duda

Mariel Turrent 


I   Indecisión

Después de varios meses, le haces la misma pregunta. Esperas que tantos besos, tantas caricias hayan significado algo. Pero una vez más, elude la cuestión, hasta que finalmente enfrenta ese desafío silencioso con el que lo apuñalas como un matador: no lo sé, no lo sé, no lo sé, te contesta. Piensas que deberías terminar, salir del tiovivo lo más rápido posible, concluir todo esto que se traduce como: "No eres la única mujer en la tierra, y si lo fueras, posiblemente de todas maneras querría estar solo; no lo sé ". Actúas como si no importara, como si tú misma hubieras escrito esa desafortunada escena y pudieras borrarla; pero no puedes borrar la herida porque no solo te duele, te indigna. Aun así, crees estar segura de que, aunque no sea el único hombre en la tierra, lo quieres más que a cualquier otro y aguantas.

 

Ha pasado mucho tiempo en tu calendario, pero él piensa que esto es apenas el comienzo. No te gusta la mujer que ves en el espejo y decides terminarlo, tomar la decisión que él ha estado evitando. Cada vez encuentras más y más razones para hacerlo y, finalmente, cuando llega el momento, cuando el último minuto se fragmenta en los segundos que lo componen, recuerdas el fracaso de aquellos que se dan por vencidos demasiado pronto. Piensas en tu propia falta de compromiso, en la falta de persistencia que te ha impedido construir algo. Escuchas esas voces internas que te dicen: “Siempre huyes”, “Cuando ves algo difícil escapas” y crees estar a punto de hacerlo de nuevo. Los últimos segundos pasan. Buscas más y más razones alargando ese último minuto. No quieres huir, pero tampoco quieres conformarte. Confundida por el conjunto de conceptos que no puedes desentrañar: flexible, sumisa, persistente, desesperada, tenaz, terca, insegura… callas. ¿Tus miedos te protegen del compromiso? ¿O es el compromiso la jaula que, justificadamente, te contiene? ¿Quién eres tú?  Corres hacia el espejo: la imagen borrosa que no puedes enfocar te mira fijamente.


 

II Decisión

Por más que tensas la relación. Ella sigue luchando. Como un quijote que viaja en un mundo equivocado, defiende sus ideales. Has intentado todo para que sea ella quien tome la decisión, pero en su mirada ves que te sigue soñando como su Dulcineo, y trata de salvar el futuro que contigo ha imaginado.

No aguantas más. La luz que algún día viste en ella ahora es causante de tus más oscuras sombras. Empiezas cobardemente, diciéndole que la amas. Tu actuación tan perfecta hasta te hace sentirlo, y un par de lágrimas se te escapan cuando, con mil justificaciones, tratas de hacerle entender que la única solución por el momento es separarse.

Ella siente el frío recorrer su cuerpo. En realidad, no se sorprende. Ya había visto el cubo de agua a punto de desbordarse sobre su cabeza, y hasta la ha refrescado del infierno en el que residía. Le ha quitado el bochorno y le ha aclarado la mente. Si está paralizada, es porque no sabe cuál es su mejor respuesta. Está pensando, hurgando entre los mil cajones de frases que ha tejido para momentos como este. Pero parece que se ha quedado ciega y de tanta luz no ve nada. Su mente es como una licuadora que revuelve palabras buscando la respuesta.

Es entonces cuando te ve tal cual eres. Y sorprendida se da cuenta de cuán lejos está de ti. No te reconoce. Por mucho que argumente, nada entenderías. Ya no puedes escucharla. Por eso no dice nada y sin objeciones te deja ir.

No, no te sorprendas. No te ha llorado. Ella se mira nuevamente al espejo y siente cómo los mismísimos ángeles le desprenden el lastre de tu amenaza: ya no te irás; ya te has ido. Respira hondo y exhala mucho más ligera. La figura vacilante e imprecisa que se reflejaba antes —cuando vivía contigo—, empieza a delinearse y al ver su rostro lo descubre hermoso, iluminado y lejos de tu penumbra.

No, no te sorprenda que no ha llorado, si está asustada es porque se da cuenta de que no le haces falta. 

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