domingo, 4 de agosto de 2024

Ensayo 6

 Indigestión Molecular

Mariel Turrent


No sé qué hora es ni quiero averiguar. Yo debería estar durmiendo. Está oscuro y llevo varias horas discutiendo con mi estómago. Ya le pedí perdón y aceptó mis disculpas, pero se me fue el sueño.

El daño empezó como a las ocho de la noche. La realeza culinaria (Gómez-Luna, Méndez, Cracco, Aduriz, Bachour y Montiel) se reunió para homenajear a su rey Ferran Adrià y, por azares del destino, ahí estaba yo entre toda la corte de la gastronomía y los pregoneros que en tiempo real hacían de cada platillo una experiencia virtual.

No los voy a aburrir desmenuzando el menú de siete tiempos. Bastará con decirles que inició con una Margarita Floral acompañada de Huevito sikil pac: canicas de margarita con un gusto horrible. Supongo que, en un intento por educar mi paladar, estúpidamente ¡me comí tres!: las dos que me correspondían y la que rechazó mi hija. Luego probé el huevito que parecía de codorniz, cuyo sabor me confundió. No sé decir a qué, pero sabía muy fuerte (y antes de que Miguel me regañe por la ambigüedad del adjetivo aclaro: amoniaco y especias). Eso es la cocina molecular: un engaño a la razón, una broma a los sentidos, una ensalada cesar que parece un helado de vainilla sobre una salsa de tomate verde y no sabe a nada de lo probado anteriormente. Para acabarla de amolar, yo, que jamás bebo, probé todo el alcohol que me sirvieron pensando que mejoraría mi experiencia. No fue así.

No sé qué hora es ni quiero averiguar. Aviento la almohada que es demasiado alta y dura (odio las almohadas altas y duras) y empiezo a pensar en algo hermoso a ver si así concilio el sueño: para resarcir el daño hecho a mi querido estómago, mañana después de mi jugo verde, haré una excepción y no desayunaré yogurt con frutos rojos y granola, me comeré una quesadilla de flor de calabaza y un sope de chicharrón prensado. Cocina de origen. Nada supera el delicado sabor de la garnacha.


 

jueves, 4 de abril de 2024

Ensayo 5

 

Mi viejo paisaje urbano

Mariel Turrent

 

Crecí en la época en que los grandes cines y tiendas departamentales se imponían como referencia en el paisaje urbano. Estas edificaciones singulares, destacaban entre de construcciones moderadas de viejas y nuevas zonas residenciales en el área metropolitana de México.

El Puerto de Liverpool se erguía a mi vista con su personalidad anaranjada y vanguardista en lo alto de una loma. El Palacio de Hierro* me parecía que, con su estilo clásico, miraba a Liverpool como a un greñudo Beatle, por encima del hombro. A comprar electrodomésticos, íbamos a Sears. Mi mamá cuenta que, a mi  papá, cuando trabajaba en La Cervecería Moctezuma, le daban descuento en el Palacio de Hierro y  le compraba regalitos en la sucursal de Durango, también que la enseño a manejar en un lote atrás de Sears de Ejercito Nacional a sus dieciséis años.  La ropa más barata la encontrábamos en Suburbia, escondida entre los vestidos del departamento de “Damas” me perdí por primera vez de la vista de mi abuela que entretenida buscaba qué llevarse al probador. Cuando tuvimos la edad suficiente, inauguré junto a mi hermano la sensación de libertad al deambular solos por el piso de juguetería, mientras mi madre elegia por horas patrones de costura de los enormes catálogos de Vogue, McCall´s y Simplicity del departamento de “Mercería”. Y a los catorce años, él furtivamente se puso un arete en París Londres, “la gran boutique”.

Por muchos años, mi paisaje urbano fue el mismo. Y en las anécdotas de la gente de mi generación siempre saldrán a relucir algunas de estas edificaciones.  El cine Diana, que quedaba cerca de la casa de mis abuelos y todavía tenían cortinas y un estrado, ahí corríamos de niños y comíamos gaznates en el intermedio. ¿A qué contemporáneo mío no llevaron de niño, empijamado y con almohada, al Autocinema de Santa Mónica? ¿Cuántos primeros novios no se tomaron de la mano en la oscuridad de los Multicinemas, o dieron su primer beso en el cine Ariel? ¿Cómo olvidar el estreno en 1977 de La Guerra de las Galaxias en el cine Apolo?

Ahora que vuelvo a circular por esta ciudad que dejé hace más de tres décadas, pienso que en aquella época el paisaje no cambiaba tanto. Nos regaló su misma fisonomía durante varios años. Hoy todo viaja a una velocidad escalofriante. Te ausentas de una ciudad y cuando vuelves ya no encuentras en el mismo sitio lo que estaba un lustro atrás. Por las grandes avenidas cuyos pasos a desnivel se han visto opacados por segundos pisos, escudriño para encontrar los restos de mis recuerdos. Entre hoteles, consorcios y edificios inmensos de no sé qué, busco esos puntos de referencia de mi infancia y juventud. Entonces, como quien encuentra una aguja en un pajar, reconozco una pequeña construcción en una esquina de un parque, tímida casi indigente. Es la oficina de correos de Ciudad Satélite, antigua cómplice de mi amor epistolar adolescente. Esa misma que años después alguien describió recordando su propio paisaje y me hizo enamorarme otra vez. Entro, arranco un papel de mi libreta y escribo un mensaje al pasado. A falta de sobre, lo doblo. Compro unas estampillas y las pego en el doblez. Tal vez alguien lo lea y reviva aquellos tiempos también.

 

*El Palacio de Hierro fue constituido como la primera tienda departamental en 1888 cuando J. Tron y Cía. vendió Las Fábricas de Francia, un cajón de ropa en el centro de la Ciudad de México.

**El Puerto de Liverpool fundada por Jean Baptiste Ebrard, al instalar un cajón dedicado a la venta de telas finas provenientes de dicho puerto en Inglaterra, en el centro de la Ciudad de México.

 

lunes, 24 de abril de 2023

Ensayo 4

 

Holbox

Mariel Turrent

 

 

Sin importar de dónde venga el viajero, solo hay un camino: una vereda de cuarenta y cuatro kilómetros casi despoblados antes de embarcarse para llegar a ella.

 A veces virgen y a veces puta, prisionera del agua; inaccesible, ignota, enclavada en la reserva de Yum Balam, desde el mar los va hechizando.

 Una alcaldía infecciosa y un templo, un parque de concreto, bares, tiendas, hoteles, restaurantes, mercados, un aeropuerto para cinco aviones de un motor, un refugio de perros huérfanos que anhelan volar.

 Hecha de todo y de nada, va tapando los despojos humanos, la chatarra que la invade, con vestidos nuevos, regalo que sus amantes le traen de tierras lejanas. A pesar de las cirugías plásticas que los foráneos le han ido haciendo para hermosear sus cicatrices, o para tener un respiradero donde tomar una bocanada de aire primermundista en su remota atmósfera, tiene las arterias expuestas y salpica con su sangre lechosa el paso de los transeúntes. A ella acuden los que se creen libres porque solo en su confinamiento entienden la libertad, pero al bajar el sol sus hijos diminutos, primitivos, los que nacieron en ella, devoran a los intrusos pretendiendo defenderla.

 Joven y vieja, sometida por el tiempo: iluminados, esotéricos y viciosos la recorren embriagados por su dualidad. Lunar de un esbelto cuerpo verde, agujero negro* en el que seducidos se adentran los incautos para mirar la incandescencia de su plancton y olvidar mientras ella alza la voz, reclama o susurra con frases e imágenes coloridas que le han tatuado.

 Sirena varada fuera del mundo, ajena a él, ataviada con los sueños de quienes han pasado las noches con ella bajo las constelaciones, escuchando sus latidos y aspirando el aroma a algas de su sexo. Una pequeña prisión a la que corren a esconderse los que se buscan.

 

*Holbox en maya: hoyo negro, agujero negro.

De mi estancia con Luis Miguel, Emilia y Miranda octubre 2022.

jueves, 20 de abril de 2023

Cuento 2


 Juegos Fatuos

Mariel Turrent y Fernando Martí


I Ella

Sales de prisa, con el corazón exaltado. Crees haber olvidado algo, y aunque te sobra tiempo no regresas. Esta vez no permitirás que cuando llegues se haya ido. Tampoco quieres que espere.

Llevas una opresión en el vientre, pero no te molesta, te fascina experimentarla nuevamente. Por eso tanta premura abriéndote paso entre la gente sin mirar, cruzando calles con atención instintiva, pues traes la mente ocupada imaginando cosas del futuro. Se cruza en el camino una escalera, olvidas no pasar por abajo. Menos mal que no te diste cuenta, tu superstición te habría acompañado el resto del día.

Ya ves a distancia la puerta, deseas volar y traspasarla, encontrar aun las mesas vacías de su presencia. Entras. Todo está como habías previsto. No ha llegado. Tienes unos minutos para entrar al baño, permitir a tu pulso acelerado bajar la marcha.

 

II Él

Entras, puntual como nunca. Temes que la formalidad descubra tu impaciencia, pero la zozobra es inútil: no ha llegado.

Tendrás que aceptar esa moneda falsa que es la espera.

Nunca te ha gustado esperar. Lo sabes: quien espera es víctima perfecta de sí mismo. Lo notas: todo rostro que espera está especulando sobre la ausencia ajena. Lo proyectas: la lástima de los testigos (casi siempre meseros) es demoledora.

Quien espera, puntualmente desespera. (Penélope debió odiar a Ulises los 3 650 días.)

Pero esta espera es fugaz: aparece de pronto, por atrás de tu mesa, sin relación con la puerta de acceso, y te saluda con un ah ya llegaste, que a las claras transmite su contrariedad. Piensas seguir el juego, claro que ya llegué, en eso habíamos quedado, pero te conformas con mirar, con seguir sus mohines de adolescente, con reconocer sus formas, con dejar que nazca el deseo.

Táctica deliciosa, pero inútil: después de lo que vas a decirle, la contrariedad dejará paso a la furia.

 

III Ella

Te sientas lejana y en pocos minutos su personalidad te involucra. Te envuelve. Y te pierdes en su espesa selva que te arrastra sin saber a dónde. Tu mente se apaga. No sabes que quieres ni porque estás ahí, pero tus sentidos todos vibran. Observas con antojo cada movimiento, vuelas en la música que pinta su sombra y en lo tenue que suena su imagen cuando enciende el puro.

De pronto empieza a hablar. Tu estómago pronostica con un espasmo algo que tal vez vienes arrastrando desde que pasaste por debajo de la escalera. (¡Porque lo hiciste!) Piensas que habría sido mejor no provocar este encuentro, pero ya estás ahí, descubriendo algo que no buscabas. Perdiendo la razón, ebria de su presencia.

 

IV Él

Escuchas, lejano como siempre. Tienes la grosera vocación del vigía: vigilas. Escudriñas los gestos, mides las actitudes, calculas los acentos. Artesano del artificio, dejas que los demás hablen de su tema preferido:

 (yo creo, yo siento, yo sé…)

Apenas necesitan aliento, apenas requieren interés: aceptan mostrar el alma con tal de escuchar su propia voz.

Pero tú sabes que mienten. Quien confiesa, trata de cubrir su esencia con razones (quien habla, engaña). No hay maldad en ello, no hay hipocresía: las criaturas tristes como los hombres tienen una opinión generosa de sí mismas.

(soy astuto, dice el tramposo; soy bueno, opina el cobarde; preveo el futuro, sostiene el mezquino…)

Mira a esta mujer cuya presencia te abruma: insinúa que no cabes en su vida. Sugiere esperar (como si eso fuera posible), propone compartir (como si eso tuviera sentido), incluso se anima a hablar de amor, a recordarte poesías.

Decides atacar de frente: me recuerdas un recuerdo: no encuentro en ti nada que no sepa, no siento contigo algo que ignore, no quiero ser ni tu alegría ni tu tristeza, lo único cierto es el vacío. Unos ojos azorados confirman que generaste una curiosidad incontenible.

Puedes decir más, pero te callas…

(quien calla, engaña).

Enciendes un puro, paladeas el vino, disfrutas su desconcierto, dejas que fluya el encanto, te reconoces en la máscara ajena, vuelves a jugar al amor.

Palabras, promesas gratuitas, una convocatoria a la complicidad, mero deseo carnal…

(soy honesto, dice el seductor…).

 

V Ella

Crees que sus palabras deshacen el embrujo. La mujer que anhelabas ser desaparece y te sientes una niña estúpida: “La dueña del vacío”. Sospechas, pero prefieres dudar ingenuamente. Te incomoda la lucha entre voluntad y deseo, pero te rehúsas a ponerle fin a tu fantasía. Finalmente aceptas lo que él antes te había afirmado: son realmente distantes y distintos. Y como en cualquier historia barata, solo quiere tu carne. Tus prejuicios te impiden aceptar que quieres dejarte seducir por este hombre que podría ser tu padre. Y tratas de convencerte de que esa piel ya madura no merece tu frescura, que sus aires de conquistador no te mueven un pelo y más bien te sientes incomoda y quieres huir. (Cree que se las sabe todas). Pero al levantarte de la mesa, él no se mueve. Se queda frío. Como si aburrido diera permiso a la niña tonta a dejarlo solo. Y en el fondo tú quieres demostrarle que eres una mujer. Te acercas a su oído y dejas que tu lengua lo penetre. Después sales de prisa, con el corazón exaltado y una opresión en el vientre que te fascina.

 

 

(Primer lugar en el concurso de cuento corto de la Casa de la Cultura de Cancún 1999 en coautoría con F. Martí)

Cuento 3


 La duda

Mariel Turrent 


I   Indecisión

Después de varios meses, le haces la misma pregunta. Esperas que tantos besos, tantas caricias hayan significado algo. Pero una vez más, elude la cuestión, hasta que finalmente enfrenta ese desafío silencioso con el que lo apuñalas como un matador: no lo sé, no lo sé, no lo sé, te contesta. Piensas que deberías terminar, salir del tiovivo lo más rápido posible, concluir todo esto que se traduce como: "No eres la única mujer en la tierra, y si lo fueras, posiblemente de todas maneras querría estar solo; no lo sé ". Actúas como si no importara, como si tú misma hubieras escrito esa desafortunada escena y pudieras borrarla; pero no puedes borrar la herida porque no solo te duele, te indigna. Aun así, crees estar segura de que, aunque no sea el único hombre en la tierra, lo quieres más que a cualquier otro y aguantas.

 

Ha pasado mucho tiempo en tu calendario, pero él piensa que esto es apenas el comienzo. No te gusta la mujer que ves en el espejo y decides terminarlo, tomar la decisión que él ha estado evitando. Cada vez encuentras más y más razones para hacerlo y, finalmente, cuando llega el momento, cuando el último minuto se fragmenta en los segundos que lo componen, recuerdas el fracaso de aquellos que se dan por vencidos demasiado pronto. Piensas en tu propia falta de compromiso, en la falta de persistencia que te ha impedido construir algo. Escuchas esas voces internas que te dicen: “Siempre huyes”, “Cuando ves algo difícil escapas” y crees estar a punto de hacerlo de nuevo. Los últimos segundos pasan. Buscas más y más razones alargando ese último minuto. No quieres huir, pero tampoco quieres conformarte. Confundida por el conjunto de conceptos que no puedes desentrañar: flexible, sumisa, persistente, desesperada, tenaz, terca, insegura… callas. ¿Tus miedos te protegen del compromiso? ¿O es el compromiso la jaula que, justificadamente, te contiene? ¿Quién eres tú?  Corres hacia el espejo: la imagen borrosa que no puedes enfocar te mira fijamente.


 

II Decisión

Por más que tensas la relación. Ella sigue luchando. Como un quijote que viaja en un mundo equivocado, defiende sus ideales. Has intentado todo para que sea ella quien tome la decisión, pero en su mirada ves que te sigue soñando como su Dulcineo, y trata de salvar el futuro que contigo ha imaginado.

No aguantas más. La luz que algún día viste en ella ahora es causante de tus más oscuras sombras. Empiezas cobardemente, diciéndole que la amas. Tu actuación tan perfecta hasta te hace sentirlo, y un par de lágrimas se te escapan cuando, con mil justificaciones, tratas de hacerle entender que la única solución por el momento es separarse.

Ella siente el frío recorrer su cuerpo. En realidad, no se sorprende. Ya había visto el cubo de agua a punto de desbordarse sobre su cabeza, y hasta la ha refrescado del infierno en el que residía. Le ha quitado el bochorno y le ha aclarado la mente. Si está paralizada, es porque no sabe cuál es su mejor respuesta. Está pensando, hurgando entre los mil cajones de frases que ha tejido para momentos como este. Pero parece que se ha quedado ciega y de tanta luz no ve nada. Su mente es como una licuadora que revuelve palabras buscando la respuesta.

Es entonces cuando te ve tal cual eres. Y sorprendida se da cuenta de cuán lejos está de ti. No te reconoce. Por mucho que argumente, nada entenderías. Ya no puedes escucharla. Por eso no dice nada y sin objeciones te deja ir.

No, no te sorprendas. No te ha llorado. Ella se mira nuevamente al espejo y siente cómo los mismísimos ángeles le desprenden el lastre de tu amenaza: ya no te irás; ya te has ido. Respira hondo y exhala mucho más ligera. La figura vacilante e imprecisa que se reflejaba antes —cuando vivía contigo—, empieza a delinearse y al ver su rostro lo descubre hermoso, iluminado y lejos de tu penumbra.

No, no te sorprenda que no ha llorado, si está asustada es porque se da cuenta de que no le haces falta. 

lunes, 5 de diciembre de 2022

Cuento 1

 

Vigilia*

Mariel Turrent

 

La penumbra, el gusto amargo en mi boca, mis pestañas acariciando las resequedades de la almohada. El azul ártico del reloj, sus pasos entumidos y fríos. Estiro el brazo y tomo el teléfono para escapar del infinito al que me atan mis preocupaciones. Mastico con dificultad los mensajes y las sonrisas insípidas: mi prima guapísima, “Día de estrenar tacones”, 112 likes; Lidia en una hamaca, “Disfrutando y festejando la vida”, 45 likes; Rocío sin arrugas con un bebé divino en brazos, “Mi hermosa nieta”, 230 likes; Andrea y su cuerpo plástico en bikini, “Mega sorpresa, por mucho el lugar más espectacular, gracias guapo @pepetrueba”, 139 likes; Marité con su esposo a la luz de las velas, “Gracias por un año más de amor y experiencias”, 120 likes; Frases que inspiran, “Las palabras tienen poder y una vez que las hemos dicho o escrito no hay marcha atrás: No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que sí es necesario es pensar todo lo que se dice: Quino”, 66 likes.

Dejo en el buró, tras la pantalla, la vida feliz. Ese vacío ingrávido instalado en mi pecho se va abriendo, cada vez más imposible. Yo y mi laberinto cósmico. Soy un insomnio enredando pensamientos en el hocico de un lobo, irritada por el brillo clandestino de la hora aletargada.

A través de un agujero de gusano llega a mi mente Vic con sus pantalones rabones y su flequillo trasquilado. Vic ya mayor, haciendo ejercicio con su perro y yo desde la ventana los veo mientras me arreglo para mi primera entrevista de trabajo. Vic jurando en el altar amor eterno. Vic llorando en mi hombro lo poco que le duró su eternidad. Vic con sus arrugas y sus canas, con esos kilos de más o de menos. Vic rescatando sus fracasos con un hilo atado a su sonrisa a pesar de sus ojos tristes.

Se atora en mi mente su ausencia antes de que caiga al vacío de mi pecho su amistad casi borrada por las no casualidades, por la inclemente rutina que me arrastra. Tomo el teléfono nuevamente. Se me antoja el aroma a café y su voz llena de achaques entre sorbo y sorbo. Los primeros rayos del sol aparecen, la penumbra se disipa. Digito su nombre.

Ahí está.

Su perfil casi vacío, sin posts, sin fotos, sin likes, sin comentarios.

Sonrío.

Los pájaros reclaman al día su lenta llegada.

Me levanto de la oscuridad.

Antes de tender la cama, le envío un mensaje.



*Cuento elegido entre más de 500 por Escritoras Mexicanas para su 5a antología  2022 y presentado en la FIL Guadalajara.  5a Antología de Escritoras Mexicanas    Escritoras Mexicanas FIL Guadalajara 2022

jueves, 29 de septiembre de 2022

Ensayo 3

                                                                         Punctum

Lo que uno altera mediante el recuerdo
tiene sin embargo una realidad,
sea o no conocida.
Cormac McCarthy

Tengo un pequeño retrato de una niña de tres años con una peluca corta, rubia platino, un babydoll lima a manera de vestido largo y guantes. De su brazo cuelga la cadenita de un elegante bolso pequeño. Mira a la cámara con la cabeza ligeramente ladeada como si estuviera a punto de asistir a una gala. El breve camisón lo debe de haber tomado al pie de la cama de sus padres y la peluca y la bolsita del tocador. Su padre se habrá despertado y al verla mirándose al espejo buscó su Kodak Retina, la sacó de su estuche de piel café y eternizó el momento. La madre entre las sábanas habrá esbozado una leve sonrisa antes de volver a cerrar los ojos. Los colores son amables, como la expresión de la niña que posa para agradar al fotógrafo como lo hizo su madre la noche anterior.

          Las fotografías en blanco y negro del salón de primaria, tomadas unos años después por la misma niña con su Kodak Instamatic X-15 y un flash de cubito, son más bien grises. No se ven los decorados de los pupitres de madera con la tapa inclinada de Formica, realizados con la punta del compás, ni los Cazares* con Miguelito escondidos dentro; no se escuchan las risas y el cuchicheo. Solo hay uniformes monocromáticos, caras cuyos nombres no recuerdo y la Miss Noemí, en los mismos tonos poniendo orden con gesto enérgico.

          Leí de Mark Strand que muchas veces la volatilidad de nuestras necesidades y expectativas altera lo que vemos, transformando las imágenes de nuestros seres queridos en motivo para la ensoñación. ¿Cómo recordaría el patio de la escuela si no conservara la foto, tomada con mi Kodak Ektra de flash electrónico, en la que Paty y yo aparecemos abrazadas en la misma pose en la que seguimos apareciendo, después de casi cincuenta años de amistad, en quién sabe cuántos dispositivos diferentes? ¿Recordaría las gradas al fondo con la misma nitidez y la cooperativa oculta bajo la escalera del edificio a la izquierda?, ¿las canchas de basquetbol y volibol separadas por un macetón en el que nos sentábamos en el recreo a comer nuestro sándwich las aburridas, que no jugábamos?

          La Canon A-1 de mi padre capturó las escenas más brillantes. Los festivales escolares donde aparezco vestida de princesa, de tirolesa y de muñeco de trapo. Las vacaciones familiares en Puerto Vallarta, gracias a las cuales aún puedo verme junto a mis primos jugando entre las rocas donde reventaban las olas, o disfrazados representando una obra que yo escribí, y hasta a los adultos también haciendo un show para no quedarse atrás. La obra de teatro que escribí y representamos Paty, mi hermano y mis primos en la asociación de colonos frente a un público que desconozco.

          El mismo lente tomó desde lo alto una foto del desayuno dominical en el jardín de la casa de Echegaray, mi hermano y yo en pijama contrastamos con el pasto verde, el amarillo del jugo de naranja recién exprimido y los platos negro y blanco de las enfrijoladas recién hechas en el comal por María antes de irse a pasear con Carmen a Tacuba. La debe haber tomado mi padre en pijama morada al terminar su desayuno de la ventana de la sala de televisión en el primer piso.

          Tengo dos instantáneas de una Polaroid: en una aparezco con mi hermano y Clouseau, el French Puddle; yo llevo un sombrero antiguo de mi colección y los lentes oscuros cuadrados blancos que mi madre usaba en los sesenta y me regaló para jugar, el perro gris también trae lentes y mi hermano finge cantar con su saco de lana gris y la boina que mi padre usaba cuando le quitaba el capote a su Mustang rojo 1966 y nos llevaba a pasear. La otra la tomó Sergio, mi primo segundo, y en ella estoy yo sola despidiéndome de la infancia. Veo mi pelo largo y lacio y recuerdo cómo lo solté con coquetearía deseando que el fotógrafo lo admirara. Roland Barthes denominó punctum a ese detalle que posee una fotografía que pincha e inocula en quien la observa una reconsideración emocional de lo que ha visto.

          Me pregunto cuándo me sobrepasó el explosivo desarrollo tecnológico. Apenas pude darme cuenta de las desventajas digitales y la baja calidad de sus impresiones, cuando la obsolescencia ya había borrado de mi memoria emotiva los detalles de escenas capturadas en alta definición. No sé qué se llevó, pero al menos conservo mi infancia.

 

*Los Cazares son la fritura de maíz enchilada que comían todos los niños en esa época en la Ciudad de México durante el recreo, los vendían en las tienditas, cafeterías y tiendas cooperativas de las escuelas al igual que el chile marca Miguelito cuya presentación aún se vende en polvo o líquido. Lo mejor era combinar ambos con la fritura. En la cafetería de la Academia Maddox, donde yo estudiaba, también había salsa verde preparada al momento. Los Cazares con salsa verde también son una delicia.

29 sept. 2022

jueves, 14 de marzo de 2013

Microcuento 1

 

Thursday, March 14, 2013

Una sonrisa iluminada apareció tras el reencuentro. Constató que detrás de eso que parecía, lo-que-fue, seguía siendo. 

viernes, 22 de febrero de 2013

Ensayo 1

 

Friday, February 22, 2013

Hablando de renuncias...



Hablar de renuncias podría ser un tema interminable. Sobre todo porque cada decisión, hasta las más insignificantes, llevan implícita una renuncia. No hablaré en esta ocasión de las renuncias importantes que he tenido que hacer en mi vida. Como dice la canción ya lo pasado, pasado. Pero me gustaría retomar dos renuncias que he tenido que hacer, no por ser importantes, sino porque me han robando un tiempo considerable a pesar de que son realmente estúpidas y vanas. Por lo mismo me han hecho cuestionarme acerca del porqué he puesto especial interés en algo tan irrelevante.
    La primera fue hace muchos años, tal vez diez. Había visto una bolsa Burberry, de esas de cuadros llamativas y por alguna razón pensé en tener una. En la primera oportunidad que tuve de ir a la Ciudad de México,  fui al Palacio de Hierro, elegí mi bolsa con detenimiento y esa misma noche me fui a tomar un café con una amiga y la estrené. La coloqué en la silla junto a mí y de reojo la estuve observando.  Con sus enormes cuadros rojos, y negros, y un letrero inmenso con su marca. Al salir del café, me observaba a mí misma con aquella bolsa que gritaba su precio, y que de pronto me hacía sentir parte de una élite a la cual no estaba segura de querer pertenecer.  Aquella noche la estúpida bolsa me quitó el sueño y me obligó a regresar a primera hora del día (lo que implicaba retrasar mis citas de trabajo) a la tienda a hacer la devolución. Qué liberada me sentí al salir de la tienda sin mi bolsa de cuadros, que había cambiado por una bolsa negra de piel cuya marca era imperceptible y el precio insospechable. 
    Diez años después nuevamente me he sentido atrapada en las garras de la mercadotecnia y seducida por una de las imágenes prefabricadas que vende.  El detonador fue una mala ecuación:  una ciudad gobernada por políticos corruptos que no dan mantenimiento al asfalto y cuyo drenaje es deficiente; las lluvias abundantes propias de la geografía que provocan graves inundaciones;  un cambio de domicilio a una zona que no tiene calles pavimentadas; un automóvil francés poco adecuado para el terreno. Todo esto dio como resultado un cambio forzoso de vehículo. La primera opción fue tentadora: un Jeep 5 puertas, amplio, y propio para el terreno.  No tenía, como mi anterior coche, quemacocos, ni seguros y vidrios eléctricos, ni los controles de la música en el volante pero me encantó verme como una chica intrépida en medio de la selva, así que compré la idea y me hice del disfraz.  Era feliz en él, me sentía rejuvenecida, fresca, atractiva,  pero todo esto se venía abajo cuando llegaba a un Valet Parking y me preguntaban si era mía la “camioneta gris”. Eso derrumbaba todo lo que yo había idealizado, y me sentía una señora gorda y aburrida llena de niños, por lo que decidí que esa imagen la daba el tamaño del vehículo y tenía que cambiarlo inmediatamente por uno tres puertas más pequeño, más alto, de velocidades y sin cajuela.   
    Nuevamente fui feliz inmersa en aquella fantasía, envuelta en mi sueño aventurero que brincaba como un caballo a trote por la terracería, hasta que llegue a mi realidad y tuve que recoger a los niños de la escuela,  mover el durísimo respaldo de asiento para que pasaran a la parte trasera, cargar a cada niño porque no alcanzaban a dar el paso para trepar, llevar la guitarra, las mochilas, la laptop y demás triques en el asiento delantero, estorbando la palanca de velocidades. El perro, que aunque es un Chihuahua acostumbra ir sentado en mis piernas y yo que tenía que ir con el asiento hasta adelante para poder pisar a fondo el clutch aplastaba al animal entre mi abdomen y el volante. A todo esto se sumaban los treinta y seis grados que se sienten como cuarenta y cinco a las dos de la tarde en el Caribe. Mi mal humor empezaba a convertirme no precisamente en una  sexy exploradora, sino en un orangután furioso e incómodo capaz de estrangular a cualquiera que se le cruce enfrente.
    Aquella ilusión no duró más de tres meses. Antes de convertirme en la asesina de mi perro y mi hija,  renuncie a aquel sueño estúpido y  fui una señora flaca y feliz en una camioneta automática de cualquier marca pero con una gran cajuela, amplios asientos, 5 puertas, seguros  y vidrios eléctricos.  

lunes, 11 de febrero de 2013

Microcuento 2

 

Monday, February 11, 2013

Felicidad

Cuando desperté, el mostro, la princesa y el perro, seguían en mi cama durmiendo.

jueves, 31 de enero de 2013

Poesía 1

 

Thursday, January 31, 2013

Visiones

Que bueno que no te has ido a Más Cerca
Y sigues aquí
en esta visión abrazándome
Abrasándome


Yo tampoco me iré
Seguiré donde creíste y creaste
Donde fui y te perdiste
y soy sin encontrarme

Donde somos en mí
en ti
en todos los que nos han
              inventado distintos

Porque ahí también somos
y seguiremos
siendo

yo
y lo que no se nombra
y lo que se nombra al revés

Que bueno que no te has ido a Cercando
y sigues dentro de mí
en esta Insomniación
ins-pirándome

miércoles, 30 de enero de 2013

Poesía 2

 

Wednesday, January 30, 2013

Reencuentros


No sé de finales
sino de indicios
De letras que se escuchan
sin ser literales

No soy de episodios
sino de historias
De interminables cariños
que aun se escriben

No guardo tachones
rotos ni nuevos
En el camino
diluidos
los he dejado

No llevo llaves
ni pongo cerrojos
Todo se me escapa
y regresa solo

jueves, 30 de septiembre de 2010

Poesía 6

 

La otra luna

Hoy llovió mucho y yo estuve triste
La que camina en la playa
recordando algunas despedidas
Con los brazos abiertos con alas
Y el día aun gris, lluvioso
Una gaviota que calla
Me ha inundado de nostalgias
Y regresa en un gesto ageno
Leo tu mensaje
O en una mirada robada
veo tu pintura y lloro contigo
esta tristeza que pintas tan alegre

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Poesía 5

 

La otra maga

Trazo corrientes fluviales
Y un puerto que aleja polvos
Su pensamiento circular y la guerra
Una receta de sombra larga y migajas compartidas

Remedios con su paraguas inoportuno
Sus pócimas son puertas instantáneas
Irriga el engranaje de túnicas
Donde vuela el mar y sus caracoles

El cadáver exquisito
De una mariposa fascinada
Por un gato desconocido.

martes, 28 de septiembre de 2010

Poesía 4

 

La otra Alicia

Va cerrando mis párpados puntada a puntada
una aguja larga de plata ensartada en luna
Escucho los tacones altos del reloj que me persigue
aleteando sus manecillas queriendo que vuele el tiempo
Se abre una puerta, otra puerta y mil puertas que ya no cierran
que desaparecen o quedan abiertas
O ya no son entradas, ni salidas sino espejos
espejos infinitos que nada reflejan
Que inventan todo nuevo y limpio
como cuando recién se ha ido la lluvia
La lluvia también usa tacones
como el reloj que ahí sigue
detrás de mí, avanzando.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Poesía 3

 

Monday, September 27, 2010

La otra amada

Deseo de letras entre un cuaderno viejo
Regresan los días en que hicimos noche
Peldaño a peldaño hasta el final de una escalera blanca
compartimos la transparencia de un abrazo
Ya no soy aquella ráfaga que envolviste en selva
mas cuando cierras los ojos todavía me sientes
ahí contigo en la obscuridad del puente

Soy la otra amada, la que se queda en la tinta del agua
oculta en el silencio, entre libros y el roce de una mirada

Soy esa otra que sale e imagina
la espiral secreta de un sentimiento
La que libremente permanece en el sueño
con una brújula en la mano

jueves, 17 de abril de 2008

Ensayo 2

 

Siempre en silencio

Yo no lo sé de cierto, pero dice Jaime Sabines que todo se hace en silencio, como se hace la luz dentro del ojo. El amor une cuerpos. En silencio se van llenando el uno al otro. El amor es el silencio más fino y es que el amor, no emite sonidos, es suave y confortable. Y si se siente, se siente sin saberlo.
    Cuando Eros va con Júpiter para proclamar su amor por Psique y pedirle que los una para siempre. Júpiter, el eterno romántico, le dice, “Cuando el amor físico y el alma están unidos, ni siquiera los dioses lo pueden separar”. Y para que ellos puedan ser marido y mujer, hace que Psique beba de la ambrosía celestial, que transforma a los mortales en inmortales.
    Como en los cuentos de princesas, en este mito griego, el amor y el alma superan el obstáculo de la mentira, de la soberbia, de la envidia, de la curiosidad, para llegar al final feliz: la boda. Sin embargo, el amor no se consuma en la boda, pues no es la boda el final feliz, sino el inicio feliz. Es el principio del amor, y se consuma cuando se vuelve silencioso, inmortal. Cuando no es cuestión de materia sino de espíritu. Ni el grito de gozo, ni el llanto apasionado. Cuando no es sacrificio, ni sufrimiento, ni sumisión, sino entrega correspondida; un hogar, donde puedes ser simplemente tú, sin censura. El amor va a bordo de un barco de cosas simples, conquistando lo importante. Supera toda su parte mortal, y trasciende en equilibrio, unión, y lucidez, sorprendiéndose ante los pequeños milagros que constituyen la vida misma.
    Sin duda en el amor, uno deja de pensar en sí mismo, pero no por ceguera, sino como un desprendimiento lúcido, inevitable y seguro: dejo de ocuparme de mí, y me ocupo ti, porque tengo la certeza de que tú, te ocuparás de mí. Siempre en silencio.

Ensayo 6

 Indigestión Molecular Mariel Turrent No sé qué hora es ni quiero averiguar. Yo debería estar durmiendo. Está oscuro y llevo varias horas ...